Allpanchis, año XLIX, núm. 89. Arequipa, enero-junio de 2022, pp. 209-251.

ISSN impreso 0252-8835 / ISSN en línea 2708-8960 DOI: https://doi.org/10.36901/allpanchis.v49i89.1424


artículo académico


Del Perú barroco al Perú republicano.

Una aproximación a los estudios peruanistas de David Brading

Ricardo CUBAS RAMACCIOTTI


Universidad de los Andes, Chile rcubas@uandes.cl


Código ORCID: 0000-0001-9176-9824


Resumen


Este artículo analiza la contribución de la obra de David Brading para la comprensión del desarrollo de la identidad patria peruana desde una perspectiva que vincula la historia intelectual con la historia social, económica y política. Es posible distinguir cinco etapas en este proceso, incluyendo la conquista de los incas y la consolidación del dominio hispano bajo los Habsburgo, el periodo reformista borbónico, la independencia, el afianzamiento de la república y las primeras décadas del siglo XX. Además de su perspectiva de conjunto, una de sus mayores contribuciones reside en su aproximación metodológica, la cual no se limita a examinar eruditamente a los autores y los contenidos de sus obras en sí mismas; más bien, ellos son



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entendidos a la luz de las tradiciones intelectuales de las que procedían y de sus contextos históricos para así retratar los fundamentos culturales de cada época.


Palabras clave: David Brading, interpretaciones de la historia peruana, intelectuales, identidad peruana, historia en el Perú


From Baroque Peru to Republican Peru. An assessment of the Peruvian studies of David Brading


Abstract

This article analyzes the contribution of David Brading’s work to the understanding of the development of Peruvian patriotism from a perspective that links its intellectual history with its social, economic and political history. It is possible to distinguish five stages in this process, including the conquest of the Incas and the consolidation of the Hispanic dominion under the Habsburgs, the Bourbon reformist period, inde-pendence, the consolidation of the Republic, and the first decades of the twentieth century. In addition to its compre-hensive perspective, one of its major contributions lies in its methodological approach, which is not limited to a scholarly examination of the authors and the contents of their works in themselves; rather, they are understood in the light of the intellectual traditions from which they proceeded and their historical contexts in order to portray the cultural founda-tions of each epoch.


Keywords: David Brading, interpretations of Peruvian history, inte-llectuals, Peruvian identity, history in Peru


Introducción


DAVID A. BRADING ES RECONOCIDO COMO uno de los más importantes historiadores mexicanistas en el mundo anglófono.1 Sin embargo, sus estudios sobre el Perú también han sido de gran valor y originalidad para la comprensión del desarrollo de la identidad del país desde una perspectiva comparada que vincula la historia intelectual con la historia social, económica y política. Gran parte de los trabajos de historia de las ideas que tratan este tema se han concentrado en el análisis de pensadores peruanos de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX.2 Siendo estos textos de un indudable valor en sí mismos, en el caso de la obra de Brading se destaca de manera especial su contribución al remontarse a los orígenes del Perú mestizo desde la época de la conquista española. Ello permite tener un amplio panorama de la formación cultural del país y de las tradiciones intelectuales que fueron imprimiendo la conciencia de lo peruano en el tiempo y de su relación con los procesos vividos en otras zonas de Hispanoamérica.


  1. David Brading es profesor emérito de la Universidad de Cambridge, miembro de la Royal Historical Society y de la British Academy. En 1972 recibió el Premio Bolton por su libro Miners and Merchants in Bourbon Mexico, 1763-1810 (Brading, 1971b). El gobierno mexicano lo condecoró con la Orden del Águila Azteca en 2002 por su contribución a la historia de ese país y en 2011 recibió la Medalla del Congreso de la República del Perú en reconocimiento a su labor histórica.

  2. La mayor parte de esos trabajos ha privilegiado a algunos influyentes autores como Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui y, en menor medida, a José de la Riva-Agüero, Víctor Andrés Belaunde y Francisco García Calderón (Chang-Rodríguez, 2012; González Alvarado, 2011; Pacheco Vélez, 1993; Planas, 1986, 1994, 1996; Portocarrero, 2015; Rénique, 2015; Sanders, 1997; Sobrevilla, 2005). Las obras de Carmen McEvoy amplían este espectro para examinar otras voces republicanas, como las del proyecto civilista de Manuel Pardo y el indigenismo decimonónico de Juan Bustamante (McEvoy, 1997, 2013; McEvoy y Aguirre, 2008). Joseph Dager (2009) también examina las temáticas abordadas por los historiadores peruanos del siglo XIX evidenciando sus acentos, prejuicios e ideales. Destaca por su originalidad el libro editado por Gabriela Ramos y Yanna Yannakakis, donde se reúnen variados estudios sobre los intelectuales indígenas durante la etapa virreinal en Hispanoamérica (Ramos y Yannakakis, 2014).


    Así, tanto en su magnífica obra Orbe indiano como en Profecía y patria en la historia del Perú (Brading, 1991, 2011) y en otros textos, a partir de un paciente trabajo de años de lectura de las obras originales de los intelectuales seleccionados y de investigación de múltiples fuentes primarias, Brading revive a personajes representativos que plasmaron en sus escritos y en sus acciones formas de ver el mundo, percepciones, críticas e ideales sobre el país desde el siglo XVI hasta las primeras décadas del XX. Para ello, en algunos de sus libros más emblemáticos, Brading optó por concentrarse en la lectura de las obras originales de los pensadores estudiados más que en la bibliografía secundaria sobre ellos.3 Sin embargo, el valor de su contribución no se reduce a su original perspectiva de conjunto, sino también por su aproximación me-

    todológica. Brading no se limita a examinar de manera erudita a los autores y los contenidos de sus textos en sí mismos. Más bien, ellos son entendidos a la luz de las tradiciones de pensamiento de las que procedían y de sus contextos históricos.4 Para lograr este objetivo, hace uso de un vasto conocimiento de las corrientes teológicas, filosóficas y artísticas que informaban el bagaje de los personajes estudiados. De esta manera, logra bosquejar los dilemas éticos, las diversas concepciones de justicia, los rostros de las identidades colectivas y las


  3. «Si la bibliografía secundaria y las notas no son más extensas es porque me he concentrado en leer fuentes primarias, citando sólo aquellos estudios que me ayudaron a comprender las cosas» (Brading, 1991a, p. 16). Si bien esta opción generó algunos vacíos en la discusión académica sobre los autores específicos estudiados, le permitió a Brading realizar un examen de primera mano sobre sus ideas, analizando un corpus de obras muy extenso.

  4. Brading afirma que su aproximación a la historia intelectual estuvo muy influen-ciada por la teoría de la tradición de Harold Bloom, «según la cual en cada tradición hay un texto primario ante el cual autores posteriores reaccionarán, repu-diarán, tratarán de evitarlo o vivirán felizmente bajo su sombra». Según Brading, en el caso de México esto se dio con el importante texto de Monarquía Indiana del franciscano Juan de Torquemada y en el Perú con los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, los cuales hasta el siglo XIX dominaron el terreno y que siempre se les trató de reafirmar, evitar y oponer, o rehacer (Aguirre y Saborit, 1987, p. 39).


    creencias religiosas, relacionándolos con la economía, los conflictos de poder, el marco legal-institucional y las relaciones interétnicas. En otras palabras, Brading selecciona un grupo de testigos y protagonistas distintivos para retratar el alma de una época y sus fundamentos culturales, políticos, económicos y sociales.

    Es importante recordar que el interés de Brading por el Perú estuvo presente casi desde los inicios de su carrera. Indudablemente su matrimonio con la historiadora peruana Celia Wu, quien lo ha acompañado activamente a lo largo de toda su trayectoria vital e intelectual, fue un gran aliciente para estudiar al país, encontrando en ella a una importante interlocutora para comprenderlo de primera mano. También, durante la segunda mitad de la década de 1960, dictando un curso de historia del Perú en la Universidad de California en Berkeley, se familiarizó con los clásicos de la historiografía peruana. A la par, el Perú ha estado presente en sus escritos desde temprano, primero desde la historia económica (Brading, 1971a, 1972) y luego desde la perspectiva de la historia intelectual, a través del estudio de varios pensadores y cronistas peruanos, como el Inca Garcilaso de la Vega, Juan Pablo Viscardo y Guzmán o José de la Riva-Agüero (Brading, 1986, 1999). Otro aspecto importante fue la relación personal y académica que estableció con historiadores peruanos y peruanistas como José Agustín de la Puente, José de la Puente, Scarlett O’Phelan, Ramón Mujica, Félix Denegri Luna, Margarita Guerra, Franklin Pease, José Durand, entre otros. Adicionalmente, hay que advertir que algunas de las reflexiones de Brading sobre el caso mexicano también son aplicables al peruano, especialmente, aunque no de manera exclusiva, las concernientes al período virreinal. Las referencias al marco institucional, a las devociones populares, o los problemas de la sociedad fueron, en muchos casos, compartidas por todos los reinos indianos y por las nacientes repúblicas hispanoamericanas.

    Es posible distinguir algunos hitos en el complejo devenir de los

    periodos examinados. En primer lugar, Brading selecciona a un conjunto de autores para construir un mosaico del Perú de los Habsburgo,


    desde el drama de la conquista hasta la consolidación del virreinato. Una segunda etapa está marcada por los proyectos ilustrados borbónicos, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, los cuales buscaron superar muchos de los rasgos distintivos del Perú barroco. Para ello se impulsó un ambicioso programa de reformas económicas, políticas y culturales que encontraron resistencia en los americanos y que coadyuvaron a potenciar las identidades patrias con un carácter cada vez más autonomista respecto a la metrópoli. En tercer lugar, se estudian personajes relacionados con la independencia del Perú para describir un período de ruptura y crisis, donde se buscó generar una nueva identidad a partir de una relectura de la historia y la creación de símbolos e instituciones. Empero, también se muestra los elementos de continuidad, tanto en el pensamiento como en las leyes y en la sociedad. En un cuarto período, correspondiente a la segunda mitad del siglo XIX, predominaron, en el ámbito académico, las tendencias liberales y positivistas decimonónicas, imbuidas en un ideal de progreso que rechazaba la herencia hispánica y tomaba como paradigmas de desarrollo al occidente anglosajón, germánico y francés, tendencias que fueron resistidas por conservadores y católicos. Finalmente, Brading resalta la labor de recuperación y revaloración de la memoria histórica y del legado de todos los periodos pretéritos, incluyendo tanto al Perú indígena prehispánico como al Perú virreinal y republicano, llevada adelante por algunos intelectuales peruanos durante las primeras décadas del siglo XX.


    1. Formación, influencias y trayectoria intelectual


      El bagaje intelectual y la sensibilidad espiritual de Brading fueron elementos fundamentales para que se dedicara a la historia hispanoamericana. Dicha atracción puede rastrearse en sus memorias donde narra su primer viaje a México en 1961. Salvo por una breve estancia previa en Cuba, era la primera vez que visitaba una nación de mayoría


      católica.5 Allí pudo constatar la riqueza y la diversidad cultural e histórica del país, incluyendo su herencia precolombina. Sin embargo, fue el patrimonio religioso de las iglesias barrocas, los conventos novohis-panos y los retablos churriguerescos lo que ejerció una profunda fascinación en él. A pesar de no dominar aún el español, descubrió una sintonía tan honda que en aquel momento decidió que dedicaría su vida académica a la historia de la «primera América».6 En el estudio de México, de Perú y de los otros países de la región, veía confluir sus intereses previos por el mundo medieval, el barroco, los estudios culturales y religiosos, el pensamiento político y las identidades nacionales. En esa línea, una primera clave para comprender la obra de Bra-

      ding es su identidad religiosa. Como él señala en sus memorias, ser un católico en Inglaterra durante su niñez y juventud era equivalente a pertenecer a una comunidad no-conformista, siempre en guardia frente a las críticas de liberales o protestantes.7 Esta situación lo llevó a remitirse a la herencia histórica previa a la instauración del protes-tantismo en Inglaterra y a recurrir a figuras emblemáticas como las de


  5. Al terminar su B. A. en Pembroke College, Cambridge, Brading se hizo merecedor de la Henry Fellowship que le permitió estudiar en la Universidad de Yale. Allí tomó cursos de sociología, que encontró tediosos, y luego de historia estadounidense, que no le atrajeron particularmente. En el periodo de vacaciones de 1961 partió a México donde permaneció ocho semanas. Como era el caso de muchos ingleses de la época, había visitado Asia (hizo su servicio militar en Hong Kong) y América antes que Europa continental, lo que explica que no hubiera estado en países de mayoría católica previamente (Brading, 2007, p. 16; Deans-Smith, 2007, p. 2).

  6. El título de la emblemática obra de Brading, The First America (traducida al español como Orbe indiano), fue una sutil crítica a que en el mundo anglosajón el término America suele referirse solamente a los Estados Unidos. Asimismo, re-saltaba que en Hispanoamérica existía una rica realidad cultural y social anterior a la del país del norte (Domínguez Michael, 2010).

  7. No por casualidad su breve pero reveladora autobiografía académica se titula A Recusant Abroad (Brading, 2007). El término recusant era empleado comúnmente en Inglaterra para referirse a los católicos que se resistían a acudir a los servicios religiosos anglicanos.


    Tomás Moro o Richard Crashaw, un destacado poeta y ministro angli-cano de Cambridge del siglo XVII, quien se convirtió al catolicismo y cuya obra se acercó al misticismo barroco. Del mismo modo, también significó para Brading nutrirse del rico renacimiento intelectual católico inglés de los siglos XIX y XX, el cual había producido hombres de letras tan notables como el cardenal John Henry Newman, Hilaire Belloc, G. K. Chesterton, Graham Greene y Evelyn Waugh.

    A los dieciocho años experimentó una profunda renovación de su fe que lo motivó a sumergirse en el estudio de la historia medieval, de la mística y de las obras de Christopher Dawson, las cuales fueron para él poderosas fuentes de inspiración. Siendo estudiante de Historia en la Universidad de Cambridge tuvo como maestros a eminen-tes medievalistas como el benedictino dom David Knowles (Regious Professor de Historia Moderna) y Walter Ullmann, quienes ejercieron una notable influencia en él.8 Asimismo, pasó una de sus vacaciones de verano en el convento dominico de Hawkesyard, donde estudió latín y en cuya biblioteca se dedicó a la exégesis bíblica y leyó con entusiasmo algunas obras que luego tuvieron gran impacto en su labor como historiador, como fueron The Waning of the Middle Ages (titulada en español como El otoño de la edad media) de Johan Huizinga, English Scholars 1660-1730 de David Douglas y Science in the Modern World de

    A. N. Whitehead. En sus años en Cambridge también desarrolló un notable interés por el arte y la arquitectura de la contrarreforma en Italia, España y Austria (Brading, 2007, pp. 14-15).

    A partir de estas influencias Brading entendió el factor religioso

    como un componente básico de toda cultura y que, como tal, debía ser



  8. Brading confiesa que mucho después, en una visita que hizo a la Basílica de Asís en 1997, arrodillado ante la tumba de san Francisco, recordó vivamente la profunda huella que había dejado en su sensibilidad infantil la lectura de las Flo-recillas de il poverello d’Assisi a la edad de nueve o diez años. Tal vez —especulaba Brading— eso fue lo que lo impulsó a frecuentar las clases de dom Knowles sobre religión medieval en Cambridge y, posteriormente, a leer ávidamente las crónicas franciscanas novohispanas (Brading, 2007, p. 35).


    estudiado seriamente. Ello implicaba aproximarse al hecho religioso sin reducirlo a un juego de poder, aunque tampoco excluyendo este aspecto en su estudio. Así, las devociones populares, la mística, las experiencias asociativas, los debates teológicos, la doctrina, la moral, las costumbres y leyes derivadas de la fe, fueron aspectos analizados como componentes integrales de la realidad que debían ser entendidos desde su propia naturaleza y lógica.9 Este interés y estas perspectivas se plasmaron en algunos de sus libros más importantes como en Orbe indiano, Una Iglesia asediada, La Nueva España. Patria y religión, y La Virgen de Guadalupe. Imagen y Tradición (Brading, 1991, 1994, 2002, 2015).10 Además de la historia religiosa, como alumno de Cambridge se dedicó a leer asiduamente a los clásicos del pensamiento político que marcaron la tradición occidental, incluyendo a Platón, Aristóteles, San Agustín, Maquiavelo, Hobbes, Hume, Locke, Rousseau, Burke, Hegel, Marx y Weber (Brading, 2007, pp. 15-16). También leyó a destacados estudiosos del nacionalismo y de la historia política. Algunos de los que ejercieron mayor influencia en él fueron John Pocock, Geoffrey


  9. Christopher Dawson, una importante influencia en Brading, sostenía que la íntima interrelación con el medio hace que la religión se enraíce en la cultura y la sociedad y que, por lo tanto, participe, se confronte y asuma las contradicciones y problemas de cada época. Sin embargo, desde una impronta agustiniana, afirmaba la necesidad de considerar la relación entre lo trascendente y el ser humano para aproximarse al misterio religioso. Dicha perspectiva pretendía superar las posiciones de corte positivista o marxista que reducían el análisis de este fenómeno a una mirada materialista o de juegos de poder, como las narraciones de carácter apologético que ocultan o niegan los aspectos conflictivos en la historia del catolicismo, buscando más bien presentar una imagen idealizada y arquetípi-ca, pero artificial de la misma (Dawson, 1957, pp. 119-137; Rhein, 2014).

  10. En una entrevista, Brading reflexionaba sobre este aspecto: «Cuando traté de explicar lo que, por ejemplo, fueron México y en particular Guanajuato durante el siglo XVIII en base a archivos, experimenté la frustración de no poder penetrar a cierto nivel —el de los efectos de la vida material y social— sin conocer en realidad lo que pensaban las personas de la época. Creo que es solamente a partir de la historia de las ideas o de las formaciones religiosas o del arte que se puede entrar a la mentalidad de una sociedad» (Aguirre y Saborit, 1987, p. 39).


    Elton, Lawrence Stone y Lewis Namier, estos dos últimos con sus enfoques prosopográficos (Aguirre y Saborit, 1987, p. 37; Brading, 2007, pp. 19-20; Van Young, 2007, p. 45).

    Otro elemento que marcó la obra de Brading, especialmente al inicio de su carrera académica, fue su dedicación a la historia económica y social. A pesar de su inclinación por la historia cultural y del pensamiento político, sus primeros libros estuvieron enfocados en el estudio de la economía y de la sociedad del México borbónico.11 Esta fue la línea que desarrolló en su tesis doctoral bajo la dirección de John Lynch en el University College de Londres. Brading estudió la industria minera de Guanajuato en el siglo XVIII, para lo cual se sumergió durante quince meses en diversos archivos de México y España. Su tesis fue defendida en mayo de 1965 ante un tribunal compuesto por John Parry y Charles Boxer. Inmediatamente después obtuvo una plaza de profesor en la Universidad de California, en Berkeley, donde enseñó cursos de historia argentina, mexicana y peruana. Cuatro años después, sobre la base de su investigación doctoral publicó su primer libro titulado Miners and Merchants in Bourbon Mexico 1765-1810 (Brading, 1971b), el cual sistematizó una impresionante cantidad de información genea-lógica y económica, que le permitió reconstruir parte del tejido social y económico que movía la minería en el México de fines del siglo XVIII. Fernand Braudel (1984, p. 402) lo calificó como un libro fascinante y Brading recibió por este texto el prestigioso premio Bolton. En la misma línea, años después Brading escribió Haciendas and Ranchos in the Mexican Bajío: León, 1700-1860 (Cambridge, 1978). Como señaló en una entrevista, consideraba que para poder dedicarse a la historia de las ideas con mayor consistencia era fundamental tener un profundo conocimiento de la historia social y económica de un país:


  11. En sus años como estudiante de Cambridge había tenido como tutor al historiador David Joslin, quien había escrito sobre la historia económica de América Latina en el siglo XX. Asimismo, frecuentó las clases de Michael Postan, un eminente profesor de historia económica medieval (Brading, 2007, pp. 15-16).


    Para entrar al campo de la historia de las ideas hace falta un conocimiento muy amplio de la historia misma del país. Si uno empieza con la historia de las ideas, muchas veces se cae en puras abstracciones. Resulta imposible medir la realidad de las teorías que uno lee en los libros si uno, por su propia cuenta, no se ha encargado, en cierto modo, de hacer la historia y no conoce la realidad social. Hay que cubrir un campo muy amplio para entender el desarrollo del pensamiento, y esto es imposible si uno se limita a un solo intelectual.12


    En el curso de su carrera se fueron añadiendo a su formación otros autores y escuelas, tanto en la línea de la historia intelectual, como de la cultura hispanoamericana.13 Ciertamente, también enrique-cieron y moldearon su reflexión la lectura y la confrontación de los textos originales de los numerosos pensadores que fueron el objeto de sus estudios, así como las fuentes documentales que revisó en diversos archivos y bibliotecas del mundo. Su pasión por el tema del pensamiento americano tuvo como fruto algunas importantes tempranas publicaciones, como fue el caso de su The Origins of Mexican Nationa-lism (1973). En realidad, hacia diciembre de 1971 ya había concebido la idea de desarrollar una historia intelectual que abarcara a la América española desde el siglo XVI hasta las primeras décadas del XX y que incluyera a escritores tan diversos como Las Casas, Guamán Poma, Garcilaso, Sarmiento, Riva-Agüero, Mariátegui y Octavio Paz, entre otros (Brading, 2007, p. 45).


  12. Aguirre y Saborit (1987, p. 39).

  13. En el prefacio de Orbe indiano señala algunas de sus principales influencias durante los nueve años que le llevó completar esta obra. Incluye a Eduardo O’Gorman, John Leddy Phelan, Antonello Gerbi, Luis Villor Michaeo, Francisco de la Maza, J. H. Hexter, J. G. Pocock, R. J. Evans, Harold Bloom, George Kubler, Clifford Geertz, David Douglas, Edmund Wilson, Gerhard von Rad, Quentin Skinner y T. C. Blanning (Brading, 1991a, p. 9). Susan Deans-Smith recuerda el importante ascendiente de la escuela de los Annales en Brading (Deans-Smith y Van Young, 2007, p. 2). Para el desarrollo de su Mexican Phoenix: Our Lady of Guadalupe: Image and tradition across five centuries (Brading, 2001) fueron de gran relevancia las obras The Cult of the Saints (1991) de Peter Brown y The Christian Tradition (1974) de Jaroslav Pelikan (Brading, 2007, p. 31).


    A partir de 1980 sus publicaciones se enfocaron, de manera más frecuente, en la historia intelectual, política y de la iglesia mexicana e hispanoamericana. Un hito central en este camino fue la publicación en 1991 de Orbe indiano: De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867 (Brading, 1991b, 1991a), considerado como un clásico de la historia intelectual hispanoamericana, donde examina a cronistas, políticos, intelectuales e historiadores en el complejo desarrollo de la conciencia patria de la región desde la época de la monarquía católica hasta la república liberal. Luego, sus obras en estas áreas se fueron ampliando. Además de sus muchos artículos sobre diversos pensadores hispanoamericanos y la formación del Estado, destacan dos libros en los cuales aborda el tema religioso desde perspectivas distintas: Una Iglesia asediada: el obispado de Michoacán, 1749-1810 (Brading, 1994a, 1994b), donde estudia la ofensiva del regalismo borbónico frente a la Iglesia en México; y Mexican Phoenix: Our Lady of Guadalupe (Brading, 2001, 2002), donde explora a profundidad la tradición guadalupana y su significado para la identidad mexicana. En la misma línea de su Orbe indiano, su libro Profecía y patria en la historia del Perú (2011), Brading hace un análisis específico del caso peruano tomando a algunos representantes de cada época desde el Inca Garcilaso de la Vega hasta José de la Riva-Agüero. Precisamente a partir de la lectura de ambos libros es posible delinear algunos de los rasgos fundamentales en la compresión del país por parte de sus intelectuales.


    1. El Perú barroco


      Como bien señala Sonia Rose, la historia intelectual del virreinato peruano ha tendido a ser ignorada o deformada, ya sea por la percepción de que se trataba de una sociedad con «códigos y gustos muy lejanos a los nuestros» o por prejuicios ideológicos que la carac-terizaron como carente de originalidad y sometida al oscurantismo eclesiástico y monárquico de la metrópoli (Rose, 2008, pp. 79-80). Un


      ejemplo de ello fue la obra Vida intelectual del Virreinato del Perú, de Felipe Barreda Laos, donde sostenía que el rasgo distintivo de la educación colonial era la «sumisión incondicional del pensamiento», lo que llevó a que «América fuera siempre impotente, incapaz de aspirar a su libertad intelectual y política». Según Barreda, durante los siglos XVI y XVII principalmente se formaron en el país «teólogos de muy escaso valor, abogados católicos y supersticiosos místicos y fanáticos» (Barreda Laos, 1964, pp. 101, 46).

      Si bien varios estudios monográficos contemporáneos contra-dicen la posición de Barreda,14 aún son pocos los textos con una visión de conjunto. Frente a esta carencia, la obra de Brading resulta de particular interés por su peculiar aproximación al mundo virreinal a través de personajes emblemáticos como el Inca Garcilaso de la Vega, santa Rosa de Lima, el virrey Francisco de Toledo, fray Buenaventura de Salinas y Córdova, Guamán Poma de Ayala y Pedro de Peralta y Barnuevo. En ellos se muestra la mentalidad, la riqueza cultural, los acalorados debates éticos, la complejidad, las contradicciones y los anhelos que estuvieron presentes en el complejo proceso de formación de la sociedad virreinal.

      En esta línea, Brading pone especial atención en tres polos de influencia que se constituyeron en importantes centros de poder económico y cultural, cada uno expresando facetas distintas del Perú de los Austria: Lima, la costera capital virreinal identificada por los cronistas con Bizancio, además de criolla «más africana que india en su población», donde florecieron colegios, conventos, iglesias y santos y se concentraban los más altos cargos administrativos y eclesiásticos y, por ende, los vínculos más estrechos con la metrópoli. En segundo lugar, Potosí, identificada como Ofir, la fuente de oro de Salomón, «do-


  14. Ver, por ejemplo, los trabajos relativamente recientes de Alaperrine-Bouyer (2007), McEvoy y Aguirre (2008), Mujica Pinilla (2006), Ramos y Yannakakis (2014) y Redmond (1998). Entre los estudios más antiguos destacan: Harth-Terré (1945), Martin (1968) y Riva-Agüero y Osma (1960, 1965).


    minada por su magnética montaña, desde la cual manaban a raudales las riquezas del mundo» y causante de la masiva explotación indígena en la mita; y Cusco, la antigua capital del Tawantisuyo e identificada con Roma, donde convivían una élite criolla con la nobleza nativa que mantenía viva la memoria de las pasadas glorias del Imperio incaico (Brading, 1991a, p. 345; 2011, p. 113) .

    A partir del análisis de las crónicas y otras fuentes primarias, Brading distingue la convivencia en este mundo de dos tradiciones contrarias que, sin embargo, en muchos casos se entrecruzaron. Por un lado, está la tradición imperial que defendía una visión eurocéntrica sobre América. Ella exaltaba a la metrópoli en desmedro de los criollos y las poblaciones nativas. Algunos de sus exponentes más notables fueron Gonzalo Fernández de Oviedo, Francisco López de Gómara, Juan Gi-nés de Sepúlveda y Antonio de Herrera. En buena medida esta visión sería retomada desde una perspectiva ilustrada por Corneille de Pauw, Guillaume-Thomas Raynal y William Robertson en el siglo XVIII.

    En oposición a esta tendencia surgió una tradición patriótica, la cual defendió el valor de lo propiamente americano. Las raíces de esta perspectiva estaban tanto en los ideales cristianos de defensa de los indígenas, encarnados en Bartolomé de las Casas y un gran número de religiosos y laicos, como en el resentimiento de conquistadores y criollos frente al progresivo despojo de poder, riquezas y honores que sufrieron por las políticas de la Corona. Entre sus representantes se pueden mencionar al Inca Garcilaso de la Vega, fray Buenaventura de Salinas y Córdova y fray Antonio de la Calancha. Asimismo, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, y otros jesuitas expulsados, continuarían esta línea de defensa de lo americano durante el siglo XVIII (Brading, 2011, pp. 25-26).

    Según Brading, estas tradiciones contribuyeron a la discusión sobre la historia y la naturaleza de los pueblos indígenas y la civilización americana. Las dos fueron propensas a invocar al mito y la razón. Brading reconoce que, en muchos casos, como en el del Inca Garcilaso de la Vega y el de José de Acosta, este debate trasatlántico


    fue complejo y ambiguo (Brading, 2011, p. 27). Probablemente uno de los problemas con esta tesis de Brading sería la reducción de las corrientes intelectuales que se desarrollaron en la historia peruana en dos bandos. Más allá de la posible adscripción de los autores a alguna de estas tradiciones, es importante entender su complejidad, junto con los matices y los elementos originales presentes en cada uno de ellos, para evitar su encasillamiento arbitrario en una categoría determinada. Sin embargo, el minucioso análisis que Brading hace de cada personaje y de su contexto permite apreciar sus rasgos únicos y superar este posible reduccionismo.

    Considerando este criterio, se puede distinguir en la obra de Brading un rico panorama de las diversas facetas del mundo virreinal desde la llegada de los españoles hasta finales del siglo XVII. En primer lugar, se muestra el dramatismo de la conquista, la cual, en el caso peruano, tuvo como resultado no solo el violento sometimiento del Tawantisuyo, sino también el estallido de las cruentas Guerras Civiles, primero entre los conquistadores, y luego entre estos y los representantes de la Corona. Dichos conflictos evidenciaron el afán de los conquistadores de perpetuarse en el Perú como una aristocracia feudal a través de las encomiendas. Por otra parte, la Corona demostró no estar dispuesta a ceder ante dichas pretensiones. Por un lado, la intensa campaña de defensa de los derechos indígenas emprendida por Bartolomé de las Casas y otros religiosos había calado en la conciencia de las autoridades reales. Pero, simultáneamente, existía una poderosa razón de Estado para enfrentar y someter a los conquistadores, pues, dentro de un proceso de progresiva centralización estatal, significaba un riesgo muy grande permitir el surgimiento de una élite con tal nivel de autonomía. Así, Brading señala que «el hecho que los encomenderos de Perú y México no convirtieran sus concesiones en feudos alteró todo el curso de la historia de estos países» (Brading, 1991a, p. 121).

    El virrey Francisco de Toledo (1569-1581), descrito con maestría

    en el capítulo titulado «El Procónsul», fue quien encarnó en el Perú la «implacable aplicación de las medidas fundamentales destinadas a


    transformar y reconstruir sobre fundamentos duraderos todo el orden político y social del país». Ellas incluyeron la organización de la economía minera en base a la mita, la represión de los restos de resistencia inca con la implacable ejecución de Túpac Amaru, el establecimiento de las reducciones de indios y la imposición del poder estatal sobre los encomenderos. Toledo se rodeó de un grupo de consejeros para darle una justificación intelectual a su proyecto, entre quienes destacaron Juan de Matienzo, Pedro Sarmiento de Gamboa y su primo, el dominico García de Toledo. En líneas generales, si bien ellos reconocieron muchos de los méritos de los incas, sostuvieron que su poder estuvo basado en la tiranía y que el demonio había inspirado su religión; el objetivo era legitimar al régimen español. A pesar de que la severidad de muchas de las acciones de Toledo le hicieron merecedor de la censura del mismo Felipe II, el sostenimiento del Imperio español estuvo financiado, en buena medida, por el sistema económico que se había establecido en Perú y por la explotación laboral de los indígenas en las minas de Potosí y Huancavelica (Brading, 1991a, pp. 149-168).

    Un personaje central analizado por Brading es el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616). En su vida y en su producción intelectual se revela la complejidad del proceso de la conquista. Él fue uno de los representantes más emblemáticos del mestizaje biológico y cultural que se forjó en el Perú. Durante su niñez recibió la tradición oral de sus ancestros incas para luego establecerse durante la mayor parte de su vida en Europa. Influenciado por el espíritu renacentista y humanista de la época, sus obras buscaron una reivindicación, tanto del pasado indígena como de los conquistadores, a partir de una visión idealizada que mostraba influencias del género utópico. Al mismo tiempo, Brading resalta en el discurso de Garcilaso la importancia de la discusión filosófica y teológica que buscaba probar que los incas habían vivido según la ley natural, y que en su sociedad estaban presentes, así como en el mundo pagano clásico, las «semillas del Verbo». En otras palabras, que la Providencia los había preparado para recibir el mensaje evangélico con buena disposición (Brading, 1986).


    Otra de las facetas del mundo virreinal fue la del catolicismo barroco y postridentino, el cual tuvo diversas manifestaciones y dejó una huella profunda en la cultura del país. Uno de sus rasgos fue la decidida defensa de la población indígena. La figura más conocida en América fue, indudablemente, la de Bartolomé de las Casas. En el caso peruano, Brading examina al franciscano fray Buenaventura de Salinas y Córdova (1592-1653), quien después de ser secretario del virrey renunció a su puesto para hacerse religioso, pues sintió que su llamado era seguir «la religión de mi seráfico Padre San Francisco para que le ayudase a la predicación y defensa de los indios ocupán-dome en este ministerio todo el tiempo de mi vida» (Brading, 2011, p. 74). En las obras de Salinas se hizo presente el patriotismo criollo al exaltar la grandeza de Lima, la riqueza de Potosí y la defensa de los derechos de los americanos a ocupar cargos de responsabilidad tanto en la esfera civil como eclesiástica. Paralelamente denunció con severidad la explotación a la que se veían sometidos los indígenas en la minas, resaltando el valor de su dignidad humana y alertando al rey que su salvación corría peligro si no atendía su obligación de proteger a sus súbditos más desvalidos (Brading, 2011, pp. 84-85). En esta misma línea, el fray Antonio de la Calancha (1584-1654) y el cronista Bartolomé Arzánz de Orsúa y Vela (1676-1736) también criticaron ásperamente la situación laboral de los indios en Potosí, «la insaciable codicia de los crueles ministros» y reivindicaron el valor de la cultura inca (Brading, 2011, p. 120). En el recorrido que hace Brading por la historia de los cronistas, destaca de manera espacial la figura de Guamán Poma de Ayala. En él se plasma el testimonio de un indígena cristianizado y aculturado, que tiene la oportunidad de visitar y conocer gran parte del virreinato y plantear duras críticas al sistema, aunque dejando en claro su lealtad a la Corona y a la Iglesia (Brading, 1991a, pp. 169-188).

    Otra dimensión de la cultura barroca fue la presencia de lo sa-

    grado en la vida cotidiana de la sociedad, a través de las devociones populares, la liturgia y la santidad. Como ya se ha mencionado, Bra-


    ding ha estudiado extensamente el fenómeno de la veneración a la Virgen de Guadalupe en México. En el Perú virreinal destacaron de manera especial santa Rosa de Lima, santo Toribio de Mogrovejo y san Martín de Porres. En el arzobispo de Lima se resalta su infatigable capacidad para visitar las regiones más alejadas del virreinato y ser el artífice, junto al jesuita José de Acosta, del Tercer Concilio Limense (1582-1583), el cual sentó las bases del proceso evangelizador. Brading describe también el gran impacto que significó el hecho de que Santa Rosa se convirtiera en la primera americana en ser elevada a los altares. San Martín de Porres es mostrado como el hermano lego mulato, cuya santidad logró, de alguna manera, trascender las barreras sociales y raciales, convirtiéndose en un referente de una sociedad étnicamente diversa a partir de la intensa devoción generada en torno a su figura (Brading, 1991a, pp. 365-372).

    Un par de personajes que testimonian el importante florecimiento intelectual del virreinato son el cusqueño Juan Espinosa y Medrano y el limeño Pedro Peralta y Barnuevo, quienes son reconocidos internacionalmente por sus dotes académicas y se constituyen en representantes del patriotismo criollo que se estaba desarrollando en el país. En Peralta se describe una nostalgia por un Perú que estaba en declive debido a la progresiva decadencia de la economía minera (Brading, 1991a, pp. 425-433). A su vez, las obras de Juan Solórzano Pereira y Antonio de León Pinelo expresan la intensión de ordenar el marco jurídico del mundo hispanoamericano y del Perú, teniendo como fundamento la concepción de la monarquía católica (Brading, 1991a, pp. 239-254; 2003).

    Como se evidencia a través de la revisión de los autores examinados en las obras de Brading, el mundo virreinal estaba muy lejos de ser uniforme y gris. En él se hicieron presentes tradiciones distintas que reflejaban la variedad de actores, posiciones y facetas de la época. Se retrata una sociedad diversa y compleja, donde subsistió un sistema de explotación, pero, al mismo tiempo, la capacidad de asumir severas autocríticas y de ir forjando una identidad patria don-


    de confluyeron lo hispánico, lo indígena y lo africano bajo el sello del catolicismo tridentino y heterogéneas dinámicas de cambio social, económico y cultural.15


    1. El Perú ilustrado y las reformas borbónicas


      Uno de los temas centrales en la obra de Brading es el de las reformas borbónicas y sus efectos en América. Especialmente desde del reinado de Carlos III (1759-1788) hubo un proyecto dirigido a reafirmar la autoridad central de la monarquía y a superar muchos rasgos de la tradición barroca. Así, la relativa autonomía que gozaron los reinos indianos durante las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del siglo XVIII empezó a ser drásticamente recortada. Como bien señala Brading, se desarrolló una «revolución en el gobierno» que buscó recobrar el poderío y la influencia de España en el escenario europeo y mundial, pero ya no desde el paradigma de la monarquía católica, sino desde los ideales pragmáticos y seculares del absolutismo ilustrado. Las reformas no se limitaron a los ámbitos burocrático-administrativo y económico sino buscaron imponer una nueva concepción de la sociedad y de la cultura, más acorde con el programa ilustrado europeo. En dicho contexto, la reforma de la Iglesia fue considerada como un aspecto central por los ministros borbónicos, como fueron los casos de Pedro Rodríguez de Campomanes y Melchor Gaspar de Jovellanos (Brading, 1990, 1991a, pp. 503-552).



  15. Comparando al Perú con Nueva España en los siglos XVI y XVII, Brading señalaba: «Es curioso que los autores andinos sean en cierto modo más interesantes, superiores a los autores de la Nueva España. Por ejemplo: no hay ningún escritor mexicano equivalente a Garcilaso de la Vega ni ningún autor indígena semejante a Guamán Poma de Ayala, y ningún cronista mexicano es tan complejo y milagroso como Antonio de la Calancha, autores que en el Perú ya no tuvieron sucesores del mismo tamaño» (Domínguez Michael, 2010).


    En buena medida la Corona hizo suyos los planteamientos es-bozados en el texto Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743), atribuido a José del Campillo y Cossío, donde se proponían las bases para emprender lo que Brading ha llamado una «reconquista de América», la cual ya no tuvo un carácter militar como en el siglo XVI sino predominantemente burocrático y fiscal. Siguiendo las tendencias mercantilistas de la época se buscó dinamizar el comercio entre la metrópoli y los dominios americanos, procurando que los segundos se convirtieran en un mercado para los productos importados desde España y en exportadores de materias primas. Se desincentivaron las industrias que podían competir con la península y se dieron una serie de estímulos para reanimar la minería. En líneas generales, y a pesar de las marchas y contramarchas en las reformas emprendidas desde arriba, durante el reinado de Carlos III hubo una tendencia a restringir el acceso de los criollos a cargos públicos, los cuales empezaron a ser monopolizados por los peninsulares. Ello, junto con la prosperidad de los comerciantes españoles que llegaban a América, fue generando una creciente animadversión entre las élites locales. Conjuntamente, se introdujeron algunas importantes medidas administrativas, como la creación de las intendencias y de nuevos virreinatos que tuvieron como objetivo emplear funcionarios públicos más eficientes y mejorar así la recaudación fiscal. Sin embargo, desde el punto de vista militar, la Corona, presionada por la cada vez más intensa rivalidad con los otros imperios coloniales europeos, incentivó el surgimiento de milicias locales, que a largo plazo y en muchos casos, intervinieron en el proceso de independencia del lado patriota (Brading, 1990, pp. 91-102).

    En cuanto al ámbito eclesial, Brading explica las bases

    ideológicas de los ministros de Carlos III. Para reformadores como Pedro Rodríguez de Campomanes o Gaspar Melchor de Jovellanos, la nueva sociedad española debía desterrar aquellas taras del pasado que obstaculizaban su ascenso al concierto de las naciones desarrolladas. Consideraban que la religiosidad popular barroca estaba infectada de supersticiones y excesos que debían ser purificados, promoviendo


    una piedad interior más sobria dirigida a la reforma moral de las costumbres. Sostenían que el poder económico de la Iglesia y el excesivo número de religiosos limitaban severamente la generación de riqueza al concentrar tanto el capital y la mano de obra en actividades improductivas. Afirmaban que la enseñanza de la filosofía y la teología escolásticas promovía el desarrollo de especulaciones vanas.Se rechazó también tanto la concepción corporativa de la sociedad como la visión providencial de la monarquía católica. Posteriormente, durante el reinado de Carlos IV (1788-1808) el Estado, con el fin de cubrir los costos de sus guerras, socavó la economía eclesiástica mediante la confiscación de propiedades y la apropiación de rentas. Aunque estas políticas no tenían la intención de atacar a la fe católica ni de erradicar su presencia en la sociedad, fueron en la práctica un paso decisivo en la posterior burocratización de la Iglesia española y cambiaron a favor del Estado la vieja alianza entre el trono y el altar (Brading, 1990, p. 125; 1991a, pp. 530-552).

    Entre las órdenes religiosas, la Compañía de Jesús fue la más criticada tanto por ilustrados como por jansenistas debido a su enorme poder económico, su influencia en la cultura y la política, y por haberse constituido en un límite para la expansión de la autoridad estatal en el imperio. Se acusaba a los jesuitas, entre otras muchas cosas, de ser ultramontanos y de enseñar doctrinas que justificaban la resistencia frente a la autoridad real. El resultado de esta campaña fue la expulsión de la orden de España y todos sus dominios en 1767. Las consecuencias de este hecho para el Perú fueron graves, pues se suprimieron, además de los noviciados, algunos de los centros educativos más importantes del país, incluyendo el prestigioso Colegio Máximo de San Pablo de Lima, el Colegio Real de San Martín, los colegios destinados a la educación de la nobleza indígena San Francisco de Borja (Cusco) y El Príncipe (Lima), y la Universidad San Ignacio de Loyola en Cusco. Ello supuso un golpe para la formación intelectual de las élites criollas e indígenas, lo que luego tendría repercusiones negativas en el Perú independiente (Brading, 1991a, pp. 352, 536-540).


    Las políticas promovidas durante el reinado de Carlos III lograron un notable incremento de la recaudación fiscal del Estado, expan-dieron la burocracia, fomentaron la minería y liberalizaron el comercio intercontinental. El impulso modernizador de la época permitió un reordenamiento racional de las ciudades y de los territorios hispanoamericanos, la creación de nuevos polos de desarrollo económico y comercial y una diversificación de la producción. Ello llevó a un importante resurgimiento de la economía, del ejército y de las fuerzas navales españolas. Desde el punto de vista cultural las reformas im-plicaron la introducción de los nuevos descubrimientos científicos y algunas de las novedades filosóficas en los programas de estudios, así como la promoción del arte neoclásico. Sin embargo, las tendencias centralistas y regalistas del Estado borbónico, así como la creciente presión fiscal y la progresiva pérdida de presencia de los criollos en cargos civiles y eclesiásticos, fueron creando un resentimiento cada vez más acentuado entre los americanos frente a la metrópoli.

    Brading señala que lo paradójico fue que, tradicionalmente, uno de los pilares que habían sustentado la legitimidad del poder real era la protección a la Iglesia y a la fe católica. No obstante, desde las últimas décadas del siglo XVIII la misma Corona fue minando las bases de esta legitimidad, debido a sus políticas regalistas que generaron resentimientos en todos los estratos sociales del Nuevo Mundo y a la difusión de ideas ilustradas que cuestionaban los fundamentos de la visión providencial de la monarquía católica post-tridentina. Estos elementos, junto con el ataque a la autonomía de los reinos que conformaban el imperio, ayudaron a crear las condiciones políticas y doctrinales para justificar la independencia de los pueblos hispanoamericanos (Brading, 1990, p. 125). Un instrumento fundamental para implementar las reformas administrativas, económicas y religiosas en América fue el de las visitas generales. En esa línea, Brading analiza el impacto de José de Gálvez, tanto como visitador de Nueva España (1765-1771) así como Ministro de Indias (1776-1787). En el caso del Perú, se examina el papel de José Antonio de Areche, protegido de Gálvez y visitador del Perú


    (1777-1782), quien fue responsable de ejecutar implacablemente un conjunto de medidas que tuvieron un impacto significativo en el país. Para ello, Brading se vale de la crónica Diálogo sobre los sucesos acaecidos en este reino del Perú (1786) escrita por Melchor de Paz, secretario criollo de los virreyes Guirior y Jáuregui, quien fue un agudo crítico de Areche y un representante de la tradición del patriotismo criollo. Si algunas décadas antes la creación del Virreinato de Nueva Granada (1739) había mermado el predominio peruano, esta situación se agravaría más aún con la fundación del Virreinato del Río de la Plata (1776) y la respectiva incorporación del Alto Perú, incluyendo a Potosí, a esta nueva circunscripción. Brading señala con claridad que: «Cuando el Alto Perú, la provincia gobernada por la Audiencia de Charcas con sede en la actual Sucre, se separó del virreinato del Perú, la unidad natural, social, económica y cultural de los Andes del sur se quebró, instalándose aduanas en las principales rutas comerciales» (Brading, 2011, p. 124). A esto se añade la súbita alza de impuestos, la introducción de aduanas internas, la marginación de los criollos de cargos públicos, el nepotismo rampante y la persistencia de los abusos de los corregidores a través de los repartimientos de mercaderías (Brading, 1991a, pp. 520-529).

    Fue en este contexto que se produjo la rebelión de José Gabriel

    Condorcanqui, cacique de fortuna, más conocido como Túpac Amaru

    II. Ella se extendió a lo largo del sur del Perú y por el Alto Perú, y adquirió dimensiones de violencia y devastación inusitadas. Si la rebelión pudo reprimirse fue gracias a la cooperación de los caciques locales, los criollos, la Iglesia y las tropas regulares enviadas desde Lima y Buenos Aires. Aquí se muestra cómo Túpac Amaru, al exigir la abolición de los nuevos impuestos, los corregimientos, los repartimientos y la mita a Potosí, pretendió desmantelar el régimen instaurado por el virrey Toledo más de dos siglos atrás. De manera similar, inspirado en los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, quiso reivindicar para sí el título de Inca. Esta fue una de las razones, junto con la violencia de su movimiento, por las que la élite criolla local no le prestó auxilio. La


    represión del movimiento y la ejecución de Túpac Amaru y su familia fueron feroces (Brading, 1991a, pp. 524-526).

    El resultado de la rebelión fue la devastación de amplias regiones del sur andino y la reticencia de la élite criolla de plegarse a algún nuevo alzamiento por miedo a una guerra racial. El gobierno virreinal buscó enfrentar algunos de los problemas que habían causado este evento. Así, se instauraron las intendencias, se abolieron los corregimientos y se creó una audiencia en Cusco. Pese a ello, paralelamente, haciendo eco a las reflexiones de Juan Manuel de Moscoso, obispo de Cusco, el Estado borbónico buscó suprimir muchos de los símbolos de la identidad de la élite incaica que habían pervivido durante dos siglos en la ciudad, se confiscaron discretamente los Comentarios Reales y se prohibió a los nobles incas usar sus vestimentas ancestrales. Las conclusiones de Brading al respecto revisten gran interés para comprender los hechos posteriores:


    […] la separación del Alto y Bajo Perú, junto con el repudio de la monarquía inca como fundación histórica del estado virreinal, constituyó un hito en la historia andina y dejó a Lima muy disminuida. La exuberante «patria criolla» de la época de los Habsburgo cayó en el olvido cuando una nueva generación de soldados, abogados y administradores de tributos hispanos llegó para introducir las instituciones, exacciones y el estilo neoclásico del despotismo ilustrado.16


    Durante el ocaso del período borbónico, Brading destaca de manera especial la figura de Juan Pablo Viscardo y Guzmán (1748-1798), por ser el testimonio de un joven novicio jesuita expulsado de su país y que abrazó, de manera precursora, la causa de la independencia. Ambos personajes le permiten a Brading hacer un interesante paralelo. Los dos fueron educados en Cusco, tuvieron como parientes a nobles indígenas, partieron aproximadamente a los veinte años a Europa y murieron en el exilio. El primero estuvo influenciado por el Renaci-


  16. Brading (2011, p. 126).


    miento italiano, el segundo por la Ilustración. Sin embargo, Garcilaso fue bien acogido en España, mientras que Viscardo tuvo que vivir aus-teramente en Londres. Garcilaso criticaba al virrey Toledo por la ejecución de Túpac Amaru I, Viscardo a Areche por la de Túpac Amaru

    II. Viscardo comenzó como un patriota criollo y terminó acercándose

    a la figura de un philosophe (Brading, 2011, p. 189).

    Brading termina su reflexión concluyendo que, si Garcilaso representa la formación del Perú mestizo y barroco, en Viscardo se puede rastrear la superación del pasado y la búsqueda del ideal independiente bajo los paradigmas modernos:


    En su repudio a toda la época colonial, Viscardo fue el precursor de aquellos liberales decimonónicos que menospreciaban los tres siglos de dominio hispano, por considerar que era una época en la cual la sociedad vegetó, privada de todo juego de ideas e intereses. Curiosamente, el único remedio para todos estos males era la independencia y el libre comercio. Así, en los escritos de Viscardo rastreamos la crisis del patriotismo criollo y el nacimiento del liberalismo hispanoamericano; esto es, el abandono de la tradición y la búsqueda de la utopía.17


    1. El Perú republicano


    Un elemento articulador en la obra de Brading es el análisis de las repercusiones del proceso de independencia en los cambios de las identidades políticas y culturales en México e Hispanoamérica y las diversas, y muchas veces contradictorias, trayectorias que ellas tomaron a lo largo del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX. La perspectiva comparada de Brading permite comprender las grandes tendencias políticas e intelectuales que se desarrollaron en la Hispanoamérica decimonónica pero también sus importantes diferencias, en particular cuando se contrastan los casos de México y Perú.



  17. Brading (2011, p. 190).


    Para rastrear estos desarrollos Brading explora los escritos y las biografías de intelectuales, políticos, funcionarios públicos y eclesiásticos que tuvieron una importante ascendiente en sus respectivos países. A través de ellos Brading rastrea las tendencias, giros y conflictos que moldearon los nacionalismos y el orden republicano. Se muestra que estos personajes fueron receptores de las ideas y corrientes de pensamiento predominantes en su época, pero, al mismo tiempo, tuvieron la capacidad de elaborar interpretaciones y propuestas originales respecto a las bases institucionales que debían regir sus pueblos. También se evidencia que, no pocas veces, sus ideas y proyectos estuvieron condicionados por intereses personales, clientelistas o partidarios.

    A partir de estos testimonios Brading explora cómo después de la invasión napoleónica y del proceso emancipador, el patriotismo criollo de los siglos previos tendió a convertirse en una ideología política que inicialmente proponía un republicanismo católico y un nacionalismo insurgente, pero, también, donde se tomaría como modelo al republicanismo clásico y a las ideas liberales en sus distintas variantes, especialmente la estadounidense y la francesa (Brading, 1991, p. 16). La coexistencia, por un lado, del legado hispánico y de la cultura católica barroco-mestiza, indígena y corporativa y, por otro, de los proyectos que aspiraban al establecimiento de una modernidad liberal, republicana y con fundamentos filosóficos esencialmente seculares, se convirtió en uno de los factores recurrentes de conflicto en la Hispanoamérica decimonónica y en la definición de las identidades nacionales. Sin embargo, también dicha convivencia produjo diversas experiencias y proyectos sincréticos que incorporaron, y a veces buscaron conciliar, elementos de estas realidades y concepciones frecuentemente enfrentadas entre sí.

    Esta confrontación se dio en un espacio en el cual, después de las guerras de independencia, el antiguo orden institucional monárquico español se había derrumbado, donde muchas de sus antiguas élites europeas, criollas e indígenas habían desaparecido o habían sido desplazadas o debilitadas, donde los caudillos ocuparon muchos de los


    vacíos de poder dejados por este colapso, en sociedades multiétnicas y con grandes divisiones de clase y regionales, donde el catolicismo seguía siendo la religión de la gran mayoría, y en un contexto internacional de hegemonía británica y de expansión global del capitalismo industrial. Es en este escenario donde se elaboraron nuevos relatos nacionales que buscaron explicar, glorificar y darle sentido a un nuevo orden republicano fundamentado en el principio de la soberanía popular e identificando al Estado como el instrumento por excelencia en el proceso de construcción de la nación y de expansión de la ciudadanía.

    Así, liberales y conservadores, anticlericales y ultramontanos, unitarios y federalistas, tomaron partido por diversos modelos de gobierno. Sin embargo, estos proyectos ideales frecuentemente acabaron siendo condicionados, maquillados, desfigurados o desechados por el poder real ejercido por los caudillos, por los rumbos tomados por los bandos políticos y las nuevas élites, por las condiciones económicas y geopolíticas nacionales e internacionales, o por las resistencias de los sectores populares y la fuerza de los modos de vida arraigados en las poblaciones, incluyendo sus tradiciones culturales y religiosas.

    Para el caso peruano, es especialmente relevante el análisis realizado por Brading en la última parte de su libro Profecía y patria en la historia del Perú. Allí, sin pretender agotar las posiciones intelectuales de esos años, Brading elabora un «tríptico republicano» donde analiza a tres hombres de letras que encarnan tres momentos y aproximaciones distintas respecto al desarrollo de la conciencia peruana: Manuel Lorenzo de Vidaurre (1773-1841), Mariano Felipe Paz Soldán (1821-1886) y José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944).

    En primer lugar, el estudio de Vidaurre constituye un testimonio de los cambios de paradigmas en el tránsito del virreinato a la república. De ser un leal funcionario de la Corona dio un giro radical en sus ideas, hasta convertirse en un ardiente partidario de la república y de la independencia. En buena medida este viraje se explica porque Vidaurre fue un testigo privilegiado de la sucesión de varios dramáticos


    acontecimientos que trastocaron profundamente las bases del orden hispánico en América y en el Perú: la invasión napoleónica a España, las nuevas prácticas políticas emanadas de las Cortes y de la Constitución de Cádiz, la formación de las juntas de gobierno americanas, la rebelión de los hermanos Angulo y de Mateo Pumacahua en el Cusco, las acciones represivas del régimen del virrey Fernando de Abascal, el Trienio Liberal en España y las victorias de los ejércitos emancipado-res de San Martín y Bolívar.

    Vidaurre, después de estudiar leyes en la Universidad de San Marcos, en 1810 viajó a Cádiz donde expresó su lealtad a Fernando VII y escribió la primera versión de su Plan Perú, una propuesta reformista, pero que abogaba por la preservación del régimen monárquico y los vínculos con España. En Cádiz consiguió ser nombrado oidor en el Cusco, cargo que ejerció entre 1811 y 1815. En esos años se convirtió en un crítico de las condiciones sociales de los indígenas, pero también de la rebelión de Pumacahua. Elogió al brigadier are-quipeño José Manuel de Goyeneche, quien había aplastado la rebelión cusqueña y lideró, poco después, algunas contundentes victorias del ejército realista contra las fuerzas enviadas desde Buenos Aires al Alto Perú. Sin embargo, siendo Vidaurre un personaje incómodo para las autoridades virreinales, debió trasladarse a España, desde donde viajó a Francia, Inglaterra, Cuba (como oidor) y, en vez de asumir un cargo público en Galicia, decidió trasladarse a los Estados Unidos. Fue en Filadelfia donde escribió sus Cartas Americanas y una nueva versión del Plan Perú (1823), obra dedicada a Bolívar donde expresó decididamente su adhesión al modelo republicano. En ese momento declaró estar a favor de la libertad de cultos, del libre comercio, de la inmigración extranjera y de la abolición de la monarquía. Aunque negaba haber perdido la fe, se convirtió en un severo crítico de la Iglesia Católica. Sus nuevas convicciones le valieron ser invitado por Bolívar a regresar al Perú y convertirse en un estrecho colaborador suyo por un tiempo, aunque luego se transformó en un vehemente crítico del líder venezolano. A partir de 1824 ocupó cargos de gran relevancia en todos


    los poderes del nuevo Estado peruano: fue el primer presidente de la Corte Suprema, presidente del Congreso y ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, sirviendo a distintos gobiernos.

    Como lo muestra su última y controvertida obra, Vidaurre contra Vidaurre (1839), este fue un hombre de profundas contradicciones. Si bien en la república inicial hubo políticos que mostraron una mayor coherencia en sus ideas y en su comportamiento, su figura es representativa de la crisis sufrida por el mundo hispano en esta época que se reflejaba en la religión, la política y la cultura. Una crisis que significó no solo conseguir la independencia de España sino la transformación de los fundamentos, ideales y estructuras del sistema político. Implicaba el paso desde una monarquía católica absoluta a un gobierno republicano y representativo. Este nuevo régimen estaría fundamentado en una filosofía esencialmente laica y secular, hostil al catolicismo barroco, el cual había dominado políticamente a Hispanoamérica hasta la década de 1770, que estaba aun profundamente arraigado en la cultura y en la población, y sostenido por una Iglesia que había conservado una extendida e influyente estructura institucional y territorial. Asimismo, las veleidades intelectuales y políticas de Vidaurre revelan las grandes incertidumbres que se vivieron en esos años y la dificultad para establecer un régimen estable. Brading concluye lúcidamente que, como muchos personajes de su época, Vidaurre «carecía del sentido del peso del pasado o de la necesidad de arraigar los proyectos contemporáneos a la experiencia histórica. Vivía para el presente y para el futuro. No parece haber reflexionado jamás sobre la historia, la realidad social y el destino específico del Perú». Irónicamente, estas características lo llevarían a servir a diversos gobiernos de caudillos militares durante una generación (Brading, 2011, p. 225).

    El segundo personaje analizado es el historiador Mariano Felipe

    Paz Soldán, quien nació en 1821, el año de la proclamación de la independencia, y murió dos años después de la derrota peruana frente a Chile. Es decir, su vida transitó entre dos momentos decisivos que han tenido una honda influencia en la percepción de la historia na-


    cional. Entre sus obras destacaron Historia del Perú Independiente, Atlas Geográfico Peruano (1860), Diccionario Geográfico Estadístico del Perú (1877) y Narración histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia (1884). Paz Soldán encarnó el ideal liberal y positivista que creía en la necesidad de construir una república moderna que se liberara de las cadenas del pasado colonial y de la influencia del catolicismo en la vida pública. Consecuentemente, su trabajo historiográfico se enfocó en el desarrollo del Perú desde la independencia, sin ahondar en los períodos anteriores, pues consideraba al legado español como un lastre que, con excepción del idioma, había dejado pocos elementos valiosos. Estudió extensamente los procesos de la independencia y el de la Confederación Perú-Boliviana, alabando las figuras de José de San Martín, Agustín Gamarra y Ramón Castilla y criticando las de Simón Bolívar y del Mariscal Santa Cruz, identificándolos como líderes extranjeros que pretendieron perpetuarse autoritariamente en el poder menoscabando los intereses peruanos.

    Al final de su vida, Paz Soldán expuso en su Narración histórica la Guerra del Pacífico. Este trabajo, al igual que los anteriores, se apoyó en abundante evidencia documental, pero, en este caso, fue escrito bajo la presión de los dramáticos acontecimientos que vivió el país durante la ocupación chilena. Brading afirma que en este texto Paz Soldán «pudo comunicar con pasión y elocuencia la tragedia del Perú; la desolación y la angustia de sus compatriotas y el inmenso daño causado a su adorada patria» (Brading, 2011, p. 254).

    Paz-Soldán, si bien tenía la pretensión positivista de lograr la objetividad en la historia sobre la base de fuentes primarias y limitándose a describir los hechos, en realidad adoptó también una perspectiva romántica, frecuentemente sesgada y arbitraria, que buscó alimentar un nacionalismo de carácter republicano. Así, el historiador peruano se inscribía dentro de una amplia corriente global donde los relatos históricos, frecuentemente de carácter épico o trágico, con la exaltación de héroes y la identificación de enemigos, estuvieron dirigidos a generar una nueva tradición que rompiera con el orden antiguo, ya sea


    colonial o monárquico, y que se convirtiera en un insumo importante en el proceso de construcción de un Estado-Nación unido a un ideal de progreso y modernidad, pero excluyendo importantes aspectos del pasado y del acervo cultural de los pueblos. Empero, Brading señala que, a pesar de sus evidentes prejuicios, Paz Soldán logró componer

    «una historia magistral basada en años de estudios de primera mano», que hoy sigue siendo indispensable para investigar los acontecimientos de esa época (Brading, 2011, pp. 247-257).

    Finalmente, Brading examina a José de la Riva-Agüero y Osma (1885-1944), uno de los intelectuales más representativos de la «Ge-neración del 900» y un conspicuo miembro de la élite limeña, descendiente de conquistadores y de líderes de la independencia y de la república. Según Brading, Riva-Agüero esbozó ideas cercanas al idealismo romántico alemán del temprano siglo XIX y a diversos autores como Renán, Michelet y Carlyle en Europa y como José Enrique Rodó y Justo Sierra en Hispanoamérica, quienes veían en la labor del historiador una misión equivalente a la de un «sumo sacerdote» de la patria. Riva-Agüero consideraba que la historia, en su expresión más sublime, era fuente del amor patrio y un medio por el cual las generaciones eran unidas en el recuerdo y la esperanza, pues la patria era, en definitiva, una creación histórica. La vocación del historiador era descubrir el pasado y rastrear el alma nacional (Brading, 2011, pp. 259-260) .

    Siendo muy joven Riva-Agüero escribió El carácter de la literatura del Perú independiente (1905) y La Historia en el Perú (1910), obras magistrales, aunque teñidas de prejuicios positivistas. Sin embargo, poco después experimentó un cambio radical en su concepción del Perú, rebelándose contra las interpretaciones liberales y positivistas de Paz Soldán y de sus antiguos maestros de la Universidad de San Marcos. Esta perspectiva quedó manifiesta en su obra Paisajes peruanos.18 Este



  18. Riva-Agüero empezó a escribir sus Paisajes peruanos en 1912 durante su viaje de meses en la sierra peruana. Este texto fue completado en 1917 y publicado de manera fragmentada como ensayos en diversas revistas y periódicos entre 1916


    libro fue fruto de un viaje hecho por un Riva-Agüero de 27 años en 1912, atravesando las sierras de Perú y Bolivia por mar, en ferrocarril y a lomo de mula y de caballo. Visitó Arequipa, La Paz, Puno, Cusco, Abancay, Andahuaylas, Ayacucho, Huancayo y el convento de Ocopa, entre otras localidades (Chirinos Soto, 1994). Fue testigo del contraste social y geográfico entre la costa y la sierra, encontrando en la última la columna vertebral del país, al verdadero Perú, y proclamó al Cusco como el corazón y símbolo del país. Celebraba «la grandeza de los Andes, la monumentalidad de las ruinas incaicas y la riqueza decorativa de la civilización virreinal». Abjurando de su excesiva «hispanofilia juve-nil» y reconociendo que «el Perú es obra de los incas, tanto o más que de los conquistadores», reivindicó enfáticamente el legado indígena.

    Asimismo, es célebre su reflexión en la Pampa de la Quinua, donde se había librado la decisiva batalla de Ayacucho que selló la independencia peruana en 1824. Riva-Agüero entendió este encuentro como la culminación de una guerra civil donde ambos bandos, realistas y patriotas, fueron dirigidos por extranjeros que no tenían en mente el bien del Perú. El hecho de que los peruanos de la época se vieran divididos entre la causa del rey de España y la de la independencia produjo un profundo desgarramiento en el alma patria, pues —él afirmaba— la era virreinal y lo hispánico eran también parte integral y valiosa de la historia, de la identidad y del patrimonio cultural del Perú (Brading, 2011, pp. 272-273).

    Ahondando en esta idea, al contrastar los legados de los incas y del virreinato con la azarosa política peruana decimonónica, concluyó que la república no podría ser el único referente, ni ser considerada como el origen de la nacionalidad, sino que era necesario remontarse a los periodos precedentes. En esa línea, en consonancia con el planteamiento de otros intelectuales latinoamericanos de la época, como



    y 1944. Estos trabajos fueron editados y publicados íntegramente como un libro de manera póstuma en 1955, con un brillante estudio preliminar de Raúl Porras Barrenechea (Porras Barrenechea, 1955, p. VI-IX).


    Vicente Riva Palacio y Justo Sierra, quienes habían identificado en la

    «familia mestiza» la base de la nacionalidad mexicana, para Riva-Agüe-ro era el mestizaje el que crearía la futura nacionalidad del Perú. Sin embargo, este era un proceso inconcluso aún y todavía era necesario encontrar el mejor medio con el cual alcanzar «la vida de síntesis del sentimiento y la conciencia de las dos razas históricas, la española y la incaica».

    Riva-Agüero buscó algunas figuras del pasado que hubieran manifestado los más altos valores del espíritu nacional. Así celebró al Inca Garcilaso de la Vega como símbolo del mestizaje peruano y de síntesis de la cultura occidental y la nativa. Asimismo, exaltó al escritor Ricardo Palma y a su obra Tradiciones peruanas donde, según Riva-Agüero, se había retratado «la epopeya cómica de nuestra historia» en un texto que era una galería «de acuarelas costumbristas» del pasado peruano.

    Según Brading, a pesar de la defensa que Riva-Agüero hizo del legado hispánico, los rezagos de sus influencias neoclásica y positivista le impidieron comprender y valorar de manera integral la cultura barroca, descubrir el surgimiento de una conciencia patria criolla y entender el alcance de la labor de los cronistas e intelectuales del virreinato. Asimismo, sus desengaños políticos, su exilio a Europa, junto con la expansión de las ideologías socialistas y nacionalistas en la década de 1920, conspiraron «para impedirle desarrollar el nacionalismo generoso e histórico» que se esbozó en sus magníficos Paisajes peruanos. Sin embargo, Brading (2011, p. 282) afirma que, a pesar de sus limitaciones, el gran mérito de Riva-Agüero fue convertirse en un precursor de la búsqueda de una identidad peruana madura: «Abrió camino para la exploración del pasado peruano, sea incaico o colonial, que posteriormente fue emprendido, a menudo desde ángulos muy diversos por José Carlos Mariátegui, Víctor Andrés Belaunde, Raúl

    Porras Barrenechea y sus sucesores».


    Conclusiones


    Resulta sugerente que, para el caso de Hispanoamérica, Brading haya adecuado la perspectiva de Harold Bloom sobre la existencia de textos canónicos e ideas fundantes de tradiciones intelectuales que originan genealogías y conexiones entre gran variedad de los pensadores y de las obras que han influido en la autocomprensión y la formación de los pueblos y las culturas.

    Para el caso peruano, abre un camino para continuar una línea de investigación de la historia intelectual que ahonde en los vínculos y tradiciones que han guiado la formación de la identidad peruana desde una perspectiva de larga duración. Es decir, es una invitación a llevar adelante trabajos que no se restrinjan a las primeras décadas del siglo XX, ni siquiera al periodo republicano, sino que tengan la capacidad de incluir los periodos anteriores a la independencia y los legados hispánico virreinal, del mundo andino, de la herencia africana y las otras influencias culturales que se han ido incorporando a la realidad peruana, enriqueciéndola en el curso del tiempo. En este sentido, aunque dicha aproximación no niega el indudable valor de las monografías especializadas sobre temas y periodos específicos —indispensables para construir miradas más amplias sobre bases sólidas—, sí reclama como necesario no restringir la labor académica del historiador a estas y reivindica las visiones históricas de conjunto.19

    El examen de tradiciones intelectuales en el país debe considerar

    que ellas se nutren de corrientes culturales, filosóficas, teológicas y


  19. Existe un reclamo que ha sido públicamente expresado por varios académicos frente a una excesiva y frecuentemente asfixiante ultraespecialización mono-gráfica en los trabajos de humanidades, los cuales, muchas veces imitando los paradigmas de las ciencias naturales o matemáticas, desnaturalizan su propio quehacer y métodos. Un ejemplo importante de esta reacción es el History Manifesto de los historiadores Jo Guldi (Universidad de Brown) y David Armitage (Universidad de Harvard), donde plantean que existen alternativas frente a dicho paradigma (Guldi y Armitage, 2014).


    religiosas globales y, simultáneamente, que el contacto con la realidad social, la propia creatividad de los autores estudiados, los problemas de sus sociedades y las circunstancias específicas que enfrentaron, fueron insumos fundamentales para la elaboración de ideas y propuestas originales.20 También resulta de suma utilidad la historia comparada para evitar una aproximación centrada casi exclusivamente en el ámbito nacional. Ciertamente, en los estudios de Brading, y de manera privilegiada en su Orbe indiano, se examina el pensamiento político en México y Perú desde una mirada que va más allá de esos países, conec-tándolos con los procesos históricos que se vivían en América Latina y en el mundo.21



  20. Esta idea está claramente expresada por Brading en el prólogo de su Orbe indiano:

    «Por ello, el propósito de este libro es demostrar que, por mucho que la América española dependiera de Europa en materia de formas de arte, literatura y cultura general, sus cronistas y patriotas lograron crear una tradición intelectual que, por razón de su compromiso con la experiencia histórica y la realidad contemporánea de América, fue original, idiosincrásica, compleja y totalmente distinta de todo modelo europeo» (Brading, 1991a, pp. 16-17).

  21. Un ejemplo de esta perspectiva es el análisis comparativo del barroco que hace Brading: «Si se quiere entender lo que aquella cultura barroca fue, debe decirse que es una creación de las tierras católicas y, especialmente, de las dos alas de la cultura católica bajo la casa de Habsburgo. La verdadera comparación de América Latina (incluyendo a España) debe hacerse con la Europa central y del este, con el imperio que incluía a Austria, Hungría, Eslovaquia y Polonia, pues esas tierras católicas tenían la misma cultura. Llegará el día en que se hará un gran congreso para comparar América Latina con estos pueblos. Tienen el mismo ritmo; yo me di cuenta de eso cuando fui a Praga y me encontré la extraordinaria iglesia de San Nicolás, que no es churrigueresca pero sí barroca. Y la cultura de Austria, de la Alemania católica, tuvo igualmente una gran influencia aquí en México. Las obras de Kircher, por ejemplo, ese gran monstruo de la cultura barroca instalado en Roma y autor de tomos voluminosos, fueron bien recibidas acá. Y en mi libro sobre la Guadalupana, en los primeros capítulos, dedicados a la época virreinal, se encuentra también la evidencia de ese proceso. Se han estudiado los santuarios y cultos de España, muy semejantes a los del virreinato, el de Nuestra Señora del Pilar, en Zaragoza… Pero en México se utilizó la teología neoplatónica para magnificar y explicar la imagen guadalupana, lo cual fue para mí una sorpresa» (Domínguez Michael, 2010).


    Asimismo, la obra de Brading resalta la importancia del sustrato religioso en la cultura, cuyo estudio no se reduce a entenderlo a priori como una superestructura superficial o un instrumento de alienación de las «clases hegemónicas»,22 ni tampoco como una expresión más, entre muchas otras, de la sociedad civil. La religión, más bien, es entendida como un componente esencial en la historia, pues supone una cosmovisión, un sentido de la existencia, un eje articulador de las comunidades y de la identidad, y de la formación social y cultural de los pueblos que ha permanecido y se ha desplegado en el tiempo a través de muy variadas manifestaciones.23

    Tanto los estudios comparados como una amplia consideración de las tradiciones filosóficas, teológicas, culturales, de las corrientes espirituales, de los códigos morales y de las tradiciones, permite desarrollar una visión crítica frente a algunas construcciones teóricas que tienden a producir interpretaciones deliberadamente sesgadas de las fuentes para justificar sus presupuestos o para adherirse a modas académicas que, muchas veces, tienen como resultado una simplificación de la realidad y la imposición de juicios anacrónicos sobre diversos procesos y acontecimientos históricos. En contraste, una perspectiva amplia de la cultura deja de manifiesto que la realidad es compleja y que, por lo tanto, si bien debe ser comprendida y estudiada, no puede ser agotada en un modelo teórico determinado.

    En esta línea, si bien la mayor parte de las investigaciones de David Brading se enfocaron en México, su obra ha abierto importantes vetas para el estudio del Perú en cuanto a temas, enfoques intelectuales y metodologías desde una perspectiva que busca abarcar y conectar amplios periodos, procesos, tradiciones, culturas e ideas que


  22. Esta posición, por ejemplo, está presente tanto en el marxismo clásico como en Gramsci (Kertzer, 1971; McLellan, 1987).

  23. Destacados estudiosos del fenómeno religioso han enfatizado la necesidad de examinar el papel vital de las religiones en las formaciones culturales y en la esfera pública de los pueblos, incluso en las sociedades que han vivido extendidos procesos de secularización (Casanova, 1994; Köhrsen, 2012).


han forjado su historia, sus pueblos, su identidad y su acervo, pero también que contribuyen a explicar sus fracturas, contradicciones, conflictos y aspiraciones aún no alcanzadas.

El estudio de personajes representativos en distintos momentos de la historia peruana, como el Inca Garcilaso de la Vega, fray Buenaventura Salinas y Córdova, Guamán Poma de Ayala, Pedro Peralta y Barnuevo, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Manuel Lorenzo de Vidaurre, Mariano Felipe Paz Soldán y José de la Riva-Agüero, si bien está muy lejos de agotar el espectro de intelectuales del país, sí permite examinar los rasgos, desarrollos y cambios en la identidad peruana y los elementos que la han marcado a lo largo de su historia. En concreto, a partir de estos testimonios se explora el drama de la conquista española, los derroteros del Perú barroco bajo los Habsburgo, el impacto de las reformas impulsadas por el absolutismo ilustrado borbónico, la independencia y los procesos históricos vividos por el país durante los siglos XIX y XX. Asimismo, nos muestran algunos de los temas transversales como la búsqueda de la justicia en sociedades diversas étnica y culturalmente, el anhelo de un proyecto común y lo que Basadre llamó la promesa de la vida peruana (Basadre, 2003, pp. 94-95).


Conflicto de intereses


El autor declara no tener conflicto de intereses.


Copyright


2022, el autor.

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Fecha de recepción: 12 de abril de 2022. Fecha de evaluación: 20 de junio de 2022. Fecha de aceptación: 24 de junio de 2022. Fecha de publicación: 30 de junio de 2022.