Abstract
La historia de la cultura occidental se caracteriza por el enfrentamiento entre dos visiones opuestas del hombre. La concepción naturalista, que no considera al hombre como algo especial en el universo, ontológicamente diferente del resto de la realidad. Su actividad psíquica y sus acciones estarían sujetas a las mismas leyes naturales. Según los paradigmas dominantes el hombre fue interpretado como el producto de las influencias astrales, los fenómenos físicos o biológicos, desde las teorías humorales radicales de la antigüedad hasta los neurotransmisores de la moderna neurofisiología. Pero ya el filósofo griego Sócrates ha reconocido la existencia en los seres humanos de un principio, de un alma espiritual, sujeto en parte a influencias naturales, pero dotado de la capacidad de juicio y voluntad. En la tradición cristiana, esta concepción del hombre se basa en la naturaleza personal del hombre, hecho a la imagen y semejanza de Dios, que otorga al hombre una dignidad especial con respecto a todo el universo.

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